Las próximas elecciones generales en Perú se celebrarán el domingo 12 de abril de 2026.
Ese día se elegirá: El presidente y vicepresidentes de la República. Los representantes al Congreso (senadores y diputados). Los miembros del Parlamento Andino.
Votar es uno de los derechos más importantes que tenemos como ciudadanos peruanos. Sin embargo, la historia reciente demuestra que muchas veces decidimos a la ligera, con emociones pasajeras o influenciados por promesas que nunca se concretan. El resultado: gobiernos que no cumplen nuestras expectativas, crisis políticas constantes y una ciudadanía frustrada. La buena noticia es que podemos aprender de los errores y mejorar la manera en que votamos.
En primer lugar, hay que entender que votar no debe ser un acto impulsivo. No se trata de escoger al candidato “menos malo” en la cola de la mesa de sufragio, ni de tachar un nombre porque lo vimos en un afiche colorido. Votar requiere preparación, casi como cuando uno decide qué carrera estudiar, qué casa comprar o incluso qué celular adquirir. Si somos exigentes para esas decisiones, ¿por qué no lo seríamos para elegir al presidente, congresistas o autoridades locales que manejarán el destino del país?
Uno de los errores más comunes es votar sin informarse. Muchos peruanos decidimos en base a rumores de redes sociales o comentarios de sobremesa. La desinformación es peligrosa: puede llevarnos a elegir candidatos con graves antecedentes judiciales, propuestas inviables o simplemente sin experiencia. No olvidemos que, en la segunda vuelta de las elecciones generales del 2021, la diferencia entre los dos candidatos que pasaron a la final fue de apenas 44 mil votos, una muestra de que cada sufragio cuenta y que la decisión de quienes se informan puede cambiar el rumbo del país.
Otro error es votar con rabia o resentimiento. Muchas campañas se alimentan del “anti”, es decir, votar contra alguien y no a favor de alguien. Eso nos ha hecho elegir opciones poco sólidas, solo por castigar a un adversario político. El voto emocional suele ser una trampa: puede dar un respiro momentáneo, pero en el largo plazo significa retroceder.
Por otro lado, si la gente se ausenta o vota sin reflexión, lo cual refleja también el cansancio y el desencanto ciudadano frente a la política, los espacios son ocupados por candidatos con bases pequeñas pero muy disciplinadas, lo que distorsiona la representatividad.
Además, debemos exigir coherencia. ¿El candidato dice una cosa hoy y mañana la cambia? ¿Promete el oro y el moro sin explicar cómo lo logrará? Un ciudadano atento no se deja seducir por frases bonitas. Hay que observar su trayectoria, sus alianzas, su equipo de trabajo y la viabilidad de sus propuestas. Según encuestas recientes, más del 75 % de los peruanos confía poco o nada en las autoridades, y más del 59 % considera que la corrupción impacta directamente en la economía de sus familias. Estos datos nos recuerdan que no se trata solo de escuchar promesas, sino de exigir planes concretos que enfrenten la desconfianza y la corrupción que tanto afectan nuestra vida diaria.
Finalmente, votar mejor significa pensar como colectivo. No se trata únicamente de lo que me conviene a mí, sino de lo que le conviene al Perú entero. Un país no se construye con individualismo, sino con visión de comunidad. Si todos votamos con esa lógica, estaremos sembrando la semilla de un futuro más justo, estable y próspero. Si no lo hacemos, seguiremos tropezando con la misma piedra y repitiendo la historia de frustración y desencanto. El voto responsable es como un espejo: refleja el país que queremos, y depende de cada uno de nosotros decidir si lo seguimos llenando de decepción o si empezamos a darle un nuevo rostro.
Sin duda, votar mejor significa transformar el voto en un acto de madurez y responsabilidad, para que el resultado sea un gobierno más legítimo, con capacidad real de responder a los desafíos sociales, económicos y políticos del país.